El libro de los filósofos muertos (fragmento)
Simon Critchley
Morir riendo
El libro de los filósofos
muertos no es un «Libro de los muertos», como el egipcio o el tibetano. Estas
exquisitas y antiguas obras describen cuidadosamente el ritual necesario para
prepararse con certidumbre para la otra vida. El libro egipcio de los muertos
incluye 189 sortilegios para asegurar que el alma migra a una vida astral o
solar después de la muerte. El libro tibetano de los muertos describe los
rituales fúnebres necesarios para romper los ciclos ilusorios de la existencia
y conseguir la Iluminación (con I mayúscula) que supuestamente llega con la
realización del Nirvana.
La influencia de estos
enfoques es amplia, desde la «Doctrina Secreta» de la Sociedad Teosófica de
madame Blavatsky, a finales del siglo XIX, pasando por la versión psicodélica de
Timothy Leary del Libro tibetano de los muertos en los años sesenta, obtenida
con la ayuda de LSD, hasta la obsesión contemporánea por las «experiencias
cercanas a la muerte» o «extracorpóreas» generada por el libro de Raymond Moody
Vida después de la vida, a partir de 1976.
Tal es la posición que
Nietzsche denominó «budismo europeo», aunque también hay una buena dosis de
budismo estadounidense por el mundo. La cuestión crucial es que tanto en el
libro egipcio de los muertos como en el tibetano, como en sus epígonos
contemporáneos, la muerte es una ilusión. La existencia es un ciclo de
renacimiento que sólo se interrumpe mediante un tránsito final a la
Iluminación. La cuestión es por tanto tener acceso al Conocimiento correcto (C
mayúscula una vez más) que desvelará lo que Schopenhauer consideraba como los
velos ilusorios de Maya y permitirá al alma liberarse.
Este enfoque sobre la muerte
está sintetizado en las palabras del influyente poeta bengalí Rabindranath
Tagore: «La muerte no es apagar la luz; es apagar la lámpara porque ha llegado
el amanecer». Se puede detectar la influencia de este tipo de enfoques sobre la
muerte y la agonía en los escritos, aún muy difundidos, de Elisabeth
Kübler-Ross. Ella fomentó un profundo enfoque psicológico sobre los pacientes
agonizantes basado en los famosos cinco estadios ante la muerte (negación, ira,
negociación, depresión y aceptación), que ha sido enormemente influyente en
cuidados paliativos. En Sobre la muerte y los moribundos (1969), todos los
capítulos empiezan con una cita de Tagore; y el libro, reveladoramente titulado
La muerte: un amanecer (1974), rinde un tributo bastante hiperbólico a El libro
tibetano de los muertos.
No pretendo negar los efectos
terapéuticos indudablemente benéficos de tales enfoques. Lo que me preocupa es
que cultivan la creencia de que la muerte es una ilusión a superar con los
preparativos espirituales adecuados. Sin embargo, no es una ilusión, es una
realidad que hay que aceptar. Yo iría más allá y argumentaría que uno debería
estructurar su existencia precisamente de acuerdo con la realidad de la muerte.
Posiblemente, el rasgo más pernicioso de la sociedad contemporánea es la
renuencia a aceptar esa realidad y la huida del hecho de la muerte.
El libro de los filósofos
muertos es, más bien, una serie de recordatorios de la muerte, o memento mori.
Lejos de ser el toque de clarín que anuncia un nuevo dogma esotérico, es un
libro con más o menos 190 interrogantes que podrían facilitarnos afrontar la
realidad de nuestra propia muerte. Hasta aquí las buenas noticias. Porque la
historia de las muertes de los filósofos es también un relato de excentricidad,
locura, suicidio, asesinato, mala suerte, compasión, victimismo y algo de humor
negro. El lector se morirá de risa, lo prometo. Permítase-me enumerar algunos
ejemplos que serán comentados por extenso más adelante:
·
Pitágoras permitió que le asesinaran antes que
cruzar un campo de habas;
·
Heráclito se ahogó en excrementos de vaca;
·
Platón murió supuestamente por una infección
provocada por piojos;
·
Se cuenta que Aristóteles se suicidó con
acónito;
·
Empédocles se lanzó al monte Etna con la
esperanza de convertirse en un dios, pero una de sus sandalias de bronce salió
expulsada por las llamas como confirmación de su mortalidad;
·
Diógenes murió conteniendo la respiración;
·
Lo mismo hizo el gran radical Zenón de Citio;
·
Zenón de Elea murió heroicamente mordiendo la
oreja de un tirano hasta que fue muerto a puñaladas;
·
Lucrecio supuestamente se suicidó tras volverse
loco por haber tomado un filtro de amor;
·
Hipatia fue asesinada por una multitud de
cristianos furiosos, que le arrancaron la piel utilizando conchas de ostra;
·
Boecio fue cruelmente torturado antes de que lo
mataran a garrotazos por orden del rey ostrogodo Teodorico;
·
Juan Escoto Eriúgena, el gran filósofo irlandés,
fue presuntamente apuñalado a muerte por sus alumnos ingleses;
·
Avicena murió de una sobredosis de opio tras
entregarse demasiado energéticamente a la actividad sexual;
·
Tomás de Aquino murió a cuarenta kilómetros de
su lugar de nacimiento tras golpearse la cabeza contra la rama de un árbol;
·
Pico della Mirandola fue envenenado por su
secretario; y Sigerio de Brabante lo fue por el suyo;
·
Guillermo de Ockham murió por la peste negra;
·
Tomás Moro fue decapitado y su cabeza fue
colocada en la punta de una lanza en el Puente de Londres;
·
Giordano Bruno fue amordazado y quemado vivo en
la hoguera por la Inquisición;
·
Galileo escapó por poco del mismo final, pero le
costó una condena a cadena perpetua;
·
Bacon murió en las calles de Londres tras
rellenar de nieve un pollo para comprobar los efectos de la refrigeración;
·
Descartes murió de neumonía como consecuencia de
dar clases a primera hora de la mañana, en pleno invierno de Estocolmo, a la
prodigiosa reina Cristina de Suecia, que solía vestir como un hombre;
·
Spinoza murió en su habitación alquilada en La
Haya cuando todo el mundo estaba en misa;
·
Leibniz, desacreditado por ateo y olvidado como
figura pública, murió solo y fue enterrado por la noche en presencia de un
único amigo;
·
El apuesto y brillante John Toland murió en
Londres en una pobreza tan escuálida que ni siquiera se señaló el lugar donde
fue enterrado;
·
Berkeley, un ferviente crítico de Toland y de
otros de los denominados «librepensadores», murió un domingo por la tarde en
una visita a Oxford mientras su mujer le leía un sermón;
·
Montesquieu murió en los brazos de su amante,
dejando inacabado un tratado sobre el gusto;
·
El ateo y materialista La Mettrie murió de una
indigestión causada por la ingesta de una enorme cantidad de paté de trufas;
·
Rousseau murió de una hemorragia cerebral masiva
que posiblemente fue causada por un violento choque con un gran danés en las
calles de París ocurrido dos años atrás;
·
Diderot se asfixió atragantado por un
albaricoque, probablemente para demostrar que se podía experimentar placer
hasta el último aliento;
·
Condorcet fue asesinado por los jacobinos
durante los años más sangrientos de la Revolución Francesa;
·
Hume murió tranquilamente en su cama tras salir
indemne de las investigaciones de Boswell sobre la actitud del ateo hacia la
muerte;
·
La última palabra de Kant fue: «Sufficit», «es
suficiente»;
·
Hegel murió en una epidemia de cólera y sus
últimas palabras fueron: «Sólo un hombre me ha comprendido... Y aun él creo que
no me comprendió» (supuestamente se refería a él mismo);
·
Bentham hizo que le disecaran y está sentado a
la vista del público en una urna de cristal del University College de Londres,
para maximizar la utilidad de su persona;
·
A Max Stirner le picó un insecto volador en el
cuello y murió de la infección resultante;
·
La lápida de la tumba de Kierkegaard se apoya en
la de su padre;
·
Nietzsche realizó un largo, demenciado y gradual
descenso al olvido tras besar a un caballo en Turín;
·
Moritz Schlick fue asesinado por un estudiante
perturbado que después ingresó en el partido nazi;
·
Wittgenstein murió al día siguiente de su
cumpleaños. Había recibido una manta eléctrica como regalo de su amiga la
señora Bevan, que le dijo: «Que cumplas muchos más»; mirándola fijamente,
Wittgenstein replicó: «No habrá más»;
·
Simone Weil se dejó morir de hambre como muestra
de solidaridad con la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial;
·
Edith Stein murió en Auschwitz;
·
Giovanni Gentile fue ejecutado por partisanos
antifascistas italianos;
·
Sartre dijo: «¿La muerte? No pienso en ella. No
tiene sitio en mi vida»; cincuenta mil personas asistieron a su funeral;
·
Merleau-Ponty presuntamente fue encontrado
muerto en su despacho con la cara entre un libro de Descartes;
·
Roland Barthes fue atropellado por una furgoneta
de una tintorería tras reunirse con el futuro ministro de Cultura de Francia;
·
Freddie Ayer tuvo una experiencia cercana a la
muerte, en la que presuntamente vio a los amos del universo, tras atragantarse
con un trozo de salmón;
·
Gilles Deleuze se defenestró desde su
apartamento de París para escapar del sufrimiento que le provocaba el enfisema;
·
Derrida murió de cáncer de páncreas a la misma
edad a la que había fallecido su padre de la misma enfermedad;
·
Mi profesor, Dominique Janicaud, murió solo en
una playa en agosto de 2002 cerca del principio de “le chemin. Nietzsche” a las
afueras de Niza, tras sufrir un ataque cardiaco mientras nadaba.
La muerte está cerca y se
acerca cada vez más. Divertido, ¿verdad?
Mi propio concepto de la
muerte es más parecido al de Epicuro y a lo que se conoce como la cura en
cuatro partes: no temas a Dios, no te preocupes por la muerte, lo bueno es
fácil de conseguir y lo terrible es fácil de soportar. Epicuro escribe en la
última de las cuatro cartas que se conservan a él atribuidas:
“Acostumbraos a pensar que la muerte nos es indiferente. Porque todo lo
bueno y lo malo consiste en experiencias sensoriales, y la muerte es la
privación de la experiencia sensorial. De ahí que un adecuado conocimiento del
hecho de la muerte haga de la mortalidad de la vida un motivo de alegría, no
porque añada un tiempo ilimitado a la vida sino porque elimina el ansia de
inmortalidad.“
El concepto epicúreo de la
muerte tuvo una enorme influencia en la antigüedad, como puede comprobarse en
la obra de Lucrecio, y fue redescubierto por filósofos como Pierre Gassendi en
el siglo XVII. Representa una sub-tradición definida y poderosa en el
pensamiento occidental a la que se ha prestado insuficiente atención: cuando la
muerte es, yo no soy; cuando yo soy, la muerte no es. Por tanto es inútil
preocuparse por la muerte, y la única manera de alcanzar la tranquilidad del
alma es eliminar el angustiado anhelo de una vida después de la muerte.
Por muy tentador que resulte,
el problema obvio de esta postura es que no consigue aportar una cura para la
faceta de la muerte más difícil de soportar: no nuestra propia muerte, sino la
muerte de nuestros seres queridos. Las muertes de las personas a las que
estamos ligadas por amor son las que nos matan, las que descosen el
cuidadosamente cortado traje de nuestro yo, las que deshacen cualquier sentido que
hayamos dado a nuestra vida. Desde mi punto de vista, aunque pueda sonar
extraño, sólo en la tristeza llegamos a ser más auténticamente nosotros mismos.
Es decir, lo que significa ser uno mismo no consiste en una especie de
autoconocimiento engañoso, sino en el reconocimiento de la parte de nosotros
mismos que hemos perdido de forma irremediable. Aquí toda la dificultad estriba
en imaginar qué tipo de alegría o tranquilidad sería posible en relación con
las muertes de las personas que amamos. No puedo prometer una solución a esta
cuestión, pero el lector la verá reaparecer, y será objeto de discusión en
diferentes apartados más adelante.
1. ¿En
qué consiste el concepto de la muerte para Epicuro conocido como “la cura en
cuatro partes”?
2. ¿Cómo
elimina Epicuro el ansia de la inmortalidad?
3. ¿Cómo
resumimos la actitud de no preocuparnos por la muerte?
4. ¿Por
qué las muertes que más nos afectan son las de nuestros seres queridos?
5. ¿Cuáles
son los cinco estadios ante la muerte de la psicóloga Elisabeth Kübler-Ross?
6. ¿Qué
opinas de la frase de Tagore que dice «La muerte no es apagar la luz; es apagar
la lámpara porque ha llegado el amanecer»?
7. Escoge
cuatro de las formas en que han muerto los filósofos que se mencionan y escribe
tu opinión acerca de la muerte de cada uno de ellos.
8. ¿Qué
opinas ante la perspectiva de tu propia muerte?