Bienvenido a una realidad ontológicamente distinta


domingo, 23 de octubre de 2011

"Morir riendo"


El libro de los filósofos muertos (fragmento)
Simon Critchley
Morir riendo
El libro de los filósofos muertos no es un «Libro de los muertos», como el egipcio o el tibetano. Estas exquisitas y antiguas obras describen cuidadosamente el ritual necesario para prepararse con certidumbre para la otra vida. El libro egipcio de los muertos incluye 189 sortilegios para asegurar que el alma migra a una vida astral o solar después de la muerte. El libro tibetano de los muertos describe los rituales fúnebres necesarios para romper los ciclos ilusorios de la existencia y conseguir la Iluminación (con I mayúscula) que supuestamente llega con la realización del Nirvana.
La influencia de estos enfoques es amplia, desde la «Doctrina Secreta» de la Sociedad Teosófica de madame Blavatsky, a finales del siglo XIX, pasando por la versión psicodélica de Timothy Leary del Libro tibetano de los muertos en los años sesenta, obtenida con la ayuda de LSD, hasta la obsesión contemporánea por las «experiencias cercanas a la muerte» o «extracorpóreas» generada por el libro de Raymond Moody Vida después de la vida, a partir de 1976.
Tal es la posición que Nietzsche denominó «budismo europeo», aunque también hay una buena dosis de budismo estadounidense por el mundo. La cuestión crucial es que tanto en el libro egipcio de los muertos como en el tibetano, como en sus epígonos contemporáneos, la muerte es una ilusión. La existencia es un ciclo de renacimiento que sólo se interrumpe mediante un tránsito final a la Iluminación. La cuestión es por tanto tener acceso al Conocimiento correcto (C mayúscula una vez más) que desvelará lo que Schopenhauer consideraba como los velos ilusorios de Maya y permitirá al alma liberarse.
Este enfoque sobre la muerte está sintetizado en las palabras del influyente poeta bengalí Rabindranath Tagore: «La muerte no es apagar la luz; es apagar la lámpara porque ha llegado el amanecer». Se puede detectar la influencia de este tipo de enfoques sobre la muerte y la agonía en los escritos, aún muy difundidos, de Elisabeth Kübler-Ross. Ella fomentó un profundo enfoque psicológico sobre los pacientes agonizantes basado en los famosos cinco estadios ante la muerte (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), que ha sido enormemente influyente en cuidados paliativos. En Sobre la muerte y los moribundos (1969), todos los capítulos empiezan con una cita de Tagore; y el libro, reveladoramente titulado La muerte: un amanecer (1974), rinde un tributo bastante hiperbólico a El libro tibetano de los muertos.
No pretendo negar los efectos terapéuticos indudablemente benéficos de tales enfoques. Lo que me preocupa es que cultivan la creencia de que la muerte es una ilusión a superar con los preparativos espirituales adecuados. Sin embargo, no es una ilusión, es una realidad que hay que aceptar. Yo iría más allá y argumentaría que uno debería estructurar su existencia precisamente de acuerdo con la realidad de la muerte. Posiblemente, el rasgo más pernicioso de la sociedad contemporánea es la renuencia a aceptar esa realidad y la huida del hecho de la muerte.
El libro de los filósofos muertos es, más bien, una serie de recordatorios de la muerte, o memento mori. Lejos de ser el toque de clarín que anuncia un nuevo dogma esotérico, es un libro con más o menos 190 interrogantes que podrían facilitarnos afrontar la realidad de nuestra propia muerte. Hasta aquí las buenas noticias. Porque la historia de las muertes de los filósofos es también un relato de excentricidad, locura, suicidio, asesinato, mala suerte, compasión, victimismo y algo de humor negro. El lector se morirá de risa, lo prometo. Permítase-me enumerar algunos ejemplos que serán comentados por extenso más adelante:

·         Pitágoras permitió que le asesinaran antes que cruzar un campo de habas;
·         Heráclito se ahogó en excrementos de vaca;
·         Platón murió supuestamente por una infección provocada por piojos;
·         Se cuenta que Aristóteles se suicidó con acónito;
·         Empédocles se lanzó al monte Etna con la esperanza de convertirse en un dios, pero una de sus sandalias de bronce salió expulsada por las llamas como confirmación de su mortalidad;
·         Diógenes murió conteniendo la respiración;
·         Lo mismo hizo el gran radical Zenón de Citio;
·         Zenón de Elea murió heroicamente mordiendo la oreja de un tirano hasta que fue muerto a puñaladas;
·         Lucrecio supuestamente se suicidó tras volverse loco por haber tomado un filtro de amor;
·         Hipatia fue asesinada por una multitud de cristianos furiosos, que le arrancaron la piel utilizando conchas de ostra;
·         Boecio fue cruelmente torturado antes de que lo mataran a garrotazos por orden del rey ostrogodo Teodorico;
·         Juan Escoto Eriúgena, el gran filósofo irlandés, fue presuntamente apuñalado a muerte por sus alumnos ingleses;
·         Avicena murió de una sobredosis de opio tras entregarse demasiado energéticamente a la actividad sexual;
·         Tomás de Aquino murió a cuarenta kilómetros de su lugar de nacimiento tras golpearse la cabeza contra la rama de un árbol;
·         Pico della Mirandola fue envenenado por su secretario; y Sigerio de Brabante lo fue por el suyo;
·         Guillermo de Ockham murió por la peste negra;
·         Tomás Moro fue decapitado y su cabeza fue colocada en la punta de una lanza en el Puente de Londres;
·         Giordano Bruno fue amordazado y quemado vivo en la hoguera por la Inquisición;
·         Galileo escapó por poco del mismo final, pero le costó una condena a cadena perpetua;
·         Bacon murió en las calles de Londres tras rellenar de nieve un pollo para comprobar los efectos de la refrigeración;
·         Descartes murió de neumonía como consecuencia de dar clases a primera hora de la mañana, en pleno invierno de Estocolmo, a la prodigiosa reina Cristina de Suecia, que solía vestir como un hombre;
·         Spinoza murió en su habitación alquilada en La Haya cuando todo el mundo estaba en misa;
·         Leibniz, desacreditado por ateo y olvidado como figura pública, murió solo y fue enterrado por la noche en presencia de un único amigo;
·         El apuesto y brillante John Toland murió en Londres en una pobreza tan escuálida que ni siquiera se señaló el lugar donde fue enterrado;
·         Berkeley, un ferviente crítico de Toland y de otros de los denominados «librepensadores», murió un domingo por la tarde en una visita a Oxford mientras su mujer le leía un sermón;
·         Montesquieu murió en los brazos de su amante, dejando inacabado un tratado sobre el gusto;
·         El ateo y materialista La Mettrie murió de una indigestión causada por la ingesta de una enorme cantidad de paté de trufas;
·         Rousseau murió de una hemorragia cerebral masiva que posiblemente fue causada por un violento choque con un gran danés en las calles de París ocurrido dos años atrás;
·         Diderot se asfixió atragantado por un albaricoque, probablemente para demostrar que se podía experimentar placer hasta el último aliento;
·         Condorcet fue asesinado por los jacobinos durante los años más sangrientos de la Revolución Francesa;
·         Hume murió tranquilamente en su cama tras salir indemne de las investigaciones de Boswell sobre la actitud del ateo hacia la muerte;
·         La última palabra de Kant fue: «Sufficit», «es suficiente»;
·         Hegel murió en una epidemia de cólera y sus últimas palabras fueron: «Sólo un hombre me ha comprendido... Y aun él creo que no me comprendió» (supuestamente se refería a él mismo);
·         Bentham hizo que le disecaran y está sentado a la vista del público en una urna de cristal del University College de Londres, para maximizar la utilidad de su persona;
·         A Max Stirner le picó un insecto volador en el cuello y murió de la infección resultante;
·         La lápida de la tumba de Kierkegaard se apoya en la de su padre;
·         Nietzsche realizó un largo, demenciado y gradual descenso al olvido tras besar a un caballo en Turín;
·         Moritz Schlick fue asesinado por un estudiante perturbado que después ingresó en el partido nazi;
·         Wittgenstein murió al día siguiente de su cumpleaños. Había recibido una manta eléctrica como regalo de su amiga la señora Bevan, que le dijo: «Que cumplas muchos más»; mirándola fijamente, Wittgenstein replicó: «No habrá más»;
·         Simone Weil se dejó morir de hambre como muestra de solidaridad con la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial;
·         Edith Stein murió en Auschwitz;
·         Giovanni Gentile fue ejecutado por partisanos antifascistas italianos;
·         Sartre dijo: «¿La muerte? No pienso en ella. No tiene sitio en mi vida»; cincuenta mil personas asistieron a su funeral;
·         Merleau-Ponty presuntamente fue encontrado muerto en su despacho con la cara entre un libro de Descartes;
·         Roland Barthes fue atropellado por una furgoneta de una tintorería tras reunirse con el futuro ministro de Cultura de Francia;
·         Freddie Ayer tuvo una experiencia cercana a la muerte, en la que presuntamente vio a los amos del universo, tras atragantarse con un trozo de salmón;
·         Gilles Deleuze se defenestró desde su apartamento de París para escapar del sufrimiento que le provocaba el enfisema;
·         Derrida murió de cáncer de páncreas a la misma edad a la que había fallecido su padre de la misma enfermedad;
·         Mi profesor, Dominique Janicaud, murió solo en una playa en agosto de 2002 cerca del principio de “le chemin. Nietzsche” a las afueras de Niza, tras sufrir un ataque cardiaco mientras nadaba.

La muerte está cerca y se acerca cada vez más. Divertido, ¿verdad?
Mi propio concepto de la muerte es más parecido al de Epicuro y a lo que se conoce como la cura en cuatro partes: no temas a Dios, no te preocupes por la muerte, lo bueno es fácil de conseguir y lo terrible es fácil de soportar. Epicuro escribe en la última de las cuatro cartas que se conservan a él atribuidas:
“Acostumbraos a pensar que la muerte nos es indiferente. Porque todo lo bueno y lo malo consiste en experiencias sensoriales, y la muerte es la privación de la experiencia sensorial. De ahí que un adecuado conocimiento del hecho de la muerte haga de la mortalidad de la vida un motivo de alegría, no porque añada un tiempo ilimitado a la vida sino porque elimina el ansia de inmortalidad.“
El concepto epicúreo de la muerte tuvo una enorme influencia en la antigüedad, como puede comprobarse en la obra de Lucrecio, y fue redescubierto por filósofos como Pierre Gassendi en el siglo XVII. Representa una sub-tradición definida y poderosa en el pensamiento occidental a la que se ha prestado insuficiente atención: cuando la muerte es, yo no soy; cuando yo soy, la muerte no es. Por tanto es inútil preocuparse por la muerte, y la única manera de alcanzar la tranquilidad del alma es eliminar el angustiado anhelo de una vida después de la muerte.
Por muy tentador que resulte, el problema obvio de esta postura es que no consigue aportar una cura para la faceta de la muerte más difícil de soportar: no nuestra propia muerte, sino la muerte de nuestros seres queridos. Las muertes de las personas a las que estamos ligadas por amor son las que nos matan, las que descosen el cuidadosamente cortado traje de nuestro yo, las que deshacen cualquier sentido que hayamos dado a nuestra vida. Desde mi punto de vista, aunque pueda sonar extraño, sólo en la tristeza llegamos a ser más auténticamente nosotros mismos. Es decir, lo que significa ser uno mismo no consiste en una especie de autoconocimiento engañoso, sino en el reconocimiento de la parte de nosotros mismos que hemos perdido de forma irremediable. Aquí toda la dificultad estriba en imaginar qué tipo de alegría o tranquilidad sería posible en relación con las muertes de las personas que amamos. No puedo prometer una solución a esta cuestión, pero el lector la verá reaparecer, y será objeto de discusión en diferentes apartados más adelante.

1.       ¿En qué consiste el concepto de la muerte para Epicuro conocido como “la cura en cuatro partes”?
2.       ¿Cómo elimina Epicuro el ansia de la inmortalidad?
3.       ¿Cómo resumimos la actitud de no preocuparnos por la muerte?
4.       ¿Por qué las muertes que más nos afectan son las de nuestros seres queridos?
5.       ¿Cuáles son los cinco estadios ante la muerte de la psicóloga Elisabeth Kübler-Ross?
6.       ¿Qué opinas de la frase de Tagore que dice «La muerte no es apagar la luz; es apagar la lámpara porque ha llegado el amanecer»?
7.       Escoge cuatro de las formas en que han muerto los filósofos que se mencionan y escribe tu opinión acerca de la muerte de cada uno de ellos.
8.       ¿Qué opinas ante la perspectiva de tu propia muerte?

"Aprender a morir"


El libro de los filósofos muertos (fragmento)
Simon Critchley
Aprender a morir: Sócrates
Por convención se considera que la filosofía empieza con el proceso y ejecución de Sócrates, que fue condenado a muerte por las acusaciones falseadas de Meleto, Anito y Licón. Se formularon dos acusaciones contra él: corromper a la juventud de Atenas y negarse a reverenciar a los dioses de la ciudad. Según la versión de Platón, existe además una tercera acusación, que consistía en que Sócrates había introducido sus propios dioses «nuevos». Sea cual fuere la veracidad de esta última acusación, Sócrates siempre afirmó seguir su propio daimon, lo que Cicerón denominaba «algo divino»: un dios o un espíritu personal, aquello que uno tiende a considerar su conciencia. Sin embargo, el daimon de Sócrates no era ninguna «voz interior», sino una señal u orden exterior que le hizo parar en seco.
Se dice que la muerte de Sócrates es como el juicio político de escarmiento y ejecución de un disidente inocente a manos de un Estado tiránico. Sin embargo, no debe olvidarse que Sócrates contaba con algunos personajes bastante reaccionarios entre sus seguidores. Critias, discípulo de Sócrates, fue el líder del antidemocrático reino de terror de los Treinta Tiranos, en 404-403 a.C. También cabe recordar que, según Jenofonte, la única vez que Sócrates aconsejó a uno de sus discípulos que entrara en política, el interesado fue el reacio Cármides, otro de los Treinta Tiranos que murieron en el campo de batalla junto a Critias. Por último, Alcibíades, el apuesto, carismático y disoluto aristócrata que irrumpe borracho en el Banquete de Platón, desertó de Atenas en beneficio del enemigo en dos ocasiones: una vez con los espartanos y otra vez más con los persas. Sócrates, sobre todo en la versión dada por Platón en la República, no es ni mucho menos un admirador de la democracia y podría considerarse justificadamente que sus enseñanzas fomentaron la desilusión sobre la democracia entre los aristócratas de derechas.
La muerte de Sócrates es una tragedia en muchos actos. De hecho, Hegel afirma que el juicio a Sócrates es el momento en que la tragedia abandona el escenario y entra de lleno en la vida política, convirtiéndose en la tragedia de la corrupción y derrumbe de la propia Atenas. Platón dedica nada menos que cuatro diálogos a los acontecimientos que rodearon el juicio y la muerte de Sócrates (Eutifrón, Apología, Critón y Fedón), y además tenemos la Memorabilia y la Apología de Jenofonte. En el Fedón, que generalmente se considera el último de los cuatro diálogos de Platón, las palabras de Sócrates están impregnadas de la creencia pitagórica de Platón sobre la inmortalidad del alma. Pero la Apología, que es anterior, da una versión bastante distinta de la cuestión. Sócrates dice que la muerte no es en absoluto un mal, sino al contrario, algo bueno. Una vez dicho eso, la muerte consiste en una de estas dos posibilidades:
O bien es aniquilación, y los muertos no tienen conciencia ni nada; o bien, según nos dicen, es realmente un cambio: una migración del alma desde este lugar hacia otro.
Pero Sócrates insiste en que, independientemente de cuál de esas posibilidades sea la verdadera, la muerte no es algo de lo que haya que tener miedo. Si es aniquilación, entonces es un largo descanso sin sueños, y, ¿hay algo más agradable que eso? Si es un tránsito hacia otro sitio, es decir, hacia el Hades, entonces también es algo deseable, puesto que allí encontraremos a viejos amigos y a los héroes griegos, y podremos conversar con Homero, Hesíodo y el resto de la inmortal compañía.
Se cuenta otra anécdota sobre Sócrates: cuando le dijo un hombre: «Los Treinta Tiranos te han condenado a muerte», él contestó: «Y la naturaleza a ellos». Sócrates se impone a sus acusadores y al jurado, afirmando que deberían afrontar la muerte con confianza. Tras ser condenado a muerte, Sócrates concluye su discurso con las siguientes y extraordinarias palabras: “Ahora es el momento de que nos marchemos, yo a morir y vosotros a vivir; pero quién de nosotros tiene un destino más feliz es algo que sólo Dios sabe.
Estas palabras sintetizan la actitud filosófica clásica hacia la muerte: no es algo que haya que temer. Por el contrario, la vida debe vivirse precisamente en relación con la muerte. Las últimas y enigmáticas palabras de Sócrates —«Critón, deberíamos ofrendarle un gallo a Asclepio»— articulan la visión de que la muerte es la cura para la vida. Asclepio era el dios de la curación, y la ofrenda de un sacrificio era algo que hacían antes de irse a dormir quienes padecían alguna dolencia con la esperanza de despertarse curados. Así, la muerte es un sueño curativo.
Lo que hay que subrayar de la actitud de Sócrates hacia la muerte en la Apología es que aunque la muerte podría ser cualquiera de las dos posibilidades consideradas, nosotros no sabemos cuál es la verdadera. Es decir que la filosofía es aprender a morir, pero lo que se aprende no es conocimiento. Ésta es una cuestión esencial. Lo que enseña la filosofía no es una suma cuantificable de conocimientos que puedan comprarse o venderse como un bien en el mercado. Eso es asunto de los sofistas —Gorgias, Pródico, Protágoras, Hipias y los demás—, cuyos puntos de vista son desmontados sin tregua por Sócrates en los diálogos de Platón. Aunque el propio Sócrates es descrito como un sofista por un irreverente Aristófanes en Las nubes, los sofistas fueron una clase de docentes profesionales que apareció en el siglo V a.C., que ofrecía instrucción a los jóvenes y exhibiciones públicas de elocuencia a cambio de unos honorarios. Los sofistas eran maestros de la elocuencia, «con lengua de miel», como dice Filóstrato, que viajaban de ciudad en ciudad ofreciendo sabiduría a cambio de dinero.
En contraposición con los carismáticos sofistas, de ropajes a menudo coloridos, que llegaban prometiendo conocimiento, el mal vestido y más bien feo Sócrates parece encarnar tan sólo una débil paradoja. Por un lado, Sócrates es declarado el hombre más sabio de Grecia por el Oráculo de Delfos. Por otro lado, Sócrates siempre insiste en que él no sabe nada. Por tanto: ¿cómo es posible que el hombre más sabio del mundo no sepa nada? Esta aparente paradoja se esfuma cuando aprendemos a distinguir entre sabiduría y conocimiento, y nos convertimos en amantes de la sabiduría, es decir, en filósofos.
Por ejemplo, en la República, el objeto de estudio es la justicia. «¿Qué es la justicia?», se pregunta Sócrates, y se discuten, se desarman y se rechazan diversas visiones más o menos convencionales de la justicia. Pero en los libros centrales de la República, Sócrates no ofrece a sus interlocutores una respuesta a la cuestión de la justicia ni una teoría de la justicia. En cambio, nos presenta una serie de historias —de las cuales la más famosa es el mito de la caverna— que nos indican indirectamente la cuestión de que se trata. El camino a la justicia, se nos dice, sólo puede re-correrse orientando nuestra alma hacia el Bien, que para ser exactos no es una cuestión de conocimiento sino obra del amor. La filosofía comienza, pues, con el cuestionamiento de las certezas en el ámbito del conocimiento y el fomento de un amor por la sabiduría. La filosofía es erótica, no sólo epistémica.
Nunca ha sido más importante que ahora subrayar esa distinción entre filosofía y sofistería. Estamos rodeados por incontables sofisterías nuevas. Los telepredicadores ofrecen conocimiento solvente de la verdadera palabra de Dios y realizan curas milagrosas a cambio de una adecuada donación a la causa. Toda una industria de New Age ha surgido, donde el Conocimiento (con C mayúscula) de algo llamado Uno Mismo (con mayúsculas) se compra y se vende en envoltorios caros y de vivos colores. Estoy escribiendo estas líneas en el West Sunset Boulevard de Los Ángeles, no lejos del palaciego «Centro para la Autorrealización», con sus lujosos jardines, un santuario en un lago, arquitectura hindú de dudoso gusto y costosos programas para mejorar el autoconocimiento espiritual y la comunión con Dios.
Creo que es justo decir que las sociedades occidentales, y no sólo ellas, están experimentando un profundo vacío de sentido que corre el riesgo de convertirse en un abismo. Este hueco está siendo ocupado por diversas formas de oscurantismo que conspiran para promover la creencia de que, primero, puede conseguir-se algo llamado autoconocimiento; segundo, eso tiene un precio; y tercero, que es perfectamente coherente con la búsqueda de la riqueza, el placer, y la salvación personal. En cambio, Sócrates nunca pretendió saber, nunca prometió conocimiento a los demás y, lo que es crucial, nunca aceptó unos honorarios.
Lo que revela ese deseo de certidumbre es un profundo terror a la muerte y una ansiedad abrumadora por saber con seguridad que la muerte no es el final, sino el paso a la vida del más allá. Es cierto, si la vida eterna tuviera un precio de entrada, ¿quién no estaría dispuesto a pagarlo? En contraste, es sorprendente volver a Sócrates y su escepticismo. No sólo manifiesta su incertidumbre sobre a la vida después de la muerte, sino que también plantea la cuestión de qué es preferible, si la vida o la muerte. El filósofo es el amante de la sabiduría que no pretende saber, sino que expresa una duda radical respecto a todas las cosas, incluso respecto a si la vida es un estado mejor que la muerte. «Sólo Dios lo sabe», fueron las últimas palabras de Sócrates en su juicio. De hecho, Diógenes Laercio, autor de la muy influyente obra Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, del siglo III d.C., cuenta una historia fascinante sobre Tales, generalmente considerado como el primer filósofo. Sostenía que no había diferencia entre la vida y la muerte. «¿Entonces por qué no te mueres?», le preguntó uno. «Porque no hay diferencia», respondió. Ser filósofo, pues, es aprender a morir; es empezar a cultivar la actitud adecuada frente a la muerte. Como escribió Marco Aurelio, «una de las funciones más nobles de la razón es saber si es hora de dejar este mundo o no». Ignorante e inseguro, el filósofo sigue adelante.


1.       ¿Qué opina Sócrates acerca de la muerte en el diálogo de Platón “Apología”?
2.       ¿Cuáles son las dos posibilidades en las que consiste la muerte?
3.       ¿Por qué insiste Sócrates en que no hay razón para temer a la muerte?
4.       ¿Por qué podemos considerar –según Sócrates- a la muerte como un sueño curativo?
5.       ¿Por qué dice el autor de este fragmento que la filosofía nos facilita la actitud de “aprender a morir”?
6.       Escribe tu opinión sobre el significado de sofistería acerca de lo que dice Simon Critchley (autor del artículo).
7.       ¿Cómo afrontan las sociedades occidentales el profundo vacío de sentido del que han sido presas en tiempos recientes?
8.       ¿Qué hay detrás del desesperado deseo de certidumbre acerca de la muerte en las sociedades occidentales?


jueves, 20 de octubre de 2011

¡¡¡Felicidades!!!

Felicidades a los estudiantes que ahora cursan tercer semestre y que tomaron el taller de edición de video y de audio con respecto a la transparencia y el acceso a la información, les cuento que ya están colgados sus trabajos en la red, y quedaron bien chidos, véanlos ¡Felicidades a todos, sigan adelante! Les dejo la liga http://www.rcjcamara.mx/ (dice "Periodismo estudiantil: acceso a la Información y Transparencia escolar").